Nuestra definición de Talento

Hoy me arriesgaré a dar una definición provisional de talento. Aprovecharé, por supuesto, las definiciones que cité en mi post anterior, pero distinguiendo entre lo que es una aptitud – una competencia, una capacidad- y su ejercicio. Una cosa es la inteligencia que miden los test de inteligencia, y otra lo que esa inteligencia realiza. El interés por la “inteligencia emocional” surgió por la imposibilidad de correlacionar los resultados de los test de inteligencia con el desempeño en la vida real. Pero tampoco bastaba con esta unión de conocimiento y emoción. El modelo que manejamos ahora es mas poderoso, porque incluye la función ejecutiva de la inteligencia, las virtudes de la acción. De acuerdo con este enfoque, no tendría sentido decir “tenía un gran talento, pero no lo utilizó”. En ese caso, no hay talento.

El talento no es una posibilidad: es un acto. Se demuestra en la acción, y se consolida y aumenta en la acción también. ¿Diría que tiene talento como directivo una persona que hunde las empresas en que está?¿Diría que tiene talento una persona muy inteligente, que arruina su vida con las drogas? ¿O quien dotado de una visión extraordinaria para los negocio no se hubiera atrevido nunca a emprender uno?

Propongo definir el talento como la inteligencia que elige bien sus metas y moviliza la información, gestiona las emociones y ejerce las virtudes ejecutivas necesarias para alcanzarlas. Ya tendremos ocasión de hablar de cada uno de estos aspectos, sobre todo para ver como pueden evaluarse y desarrollarse. Basta por ahora decir que el talento hace real lo posible, y lo posible puede ser una empresa, un jardín, una familia, o un gran amor.

Pero en la definición falta un factor más. El verdadero talento incluye la capacidad de mejorarse a sí mismo. Los neurológos dirían que el talento es autopoiético: se autoconstruye . Es una permanente work in progress. Ha de incluir un plan de desarrollo del propio talento. Henri Kiessinger escribió, con cierto cinismo, que durante su mandato los presidentes de EEUU no aprendían nada. Eso quiere decir que su talento era para llegar al poder, más que para gobernar.

Me gustaría introducir un término muy usado en la psicología del aprendizaje: metacognición. Es la capacidad de reflexionar sobre los procesos mentales que hemos puesto en marcha para resolver un problema o para tomar una decisión. Es, entre otras cosas, un modo de aprender de los errores, y de reconocer las fortalezas y debilidades. Algunas personas buscan ayuda para conseguirlo, y en unos casos tienen un director espiritual y en otras un coach ejecutivo. El propósito que hay en el fondo es idéntico: seguir mejorando. De la misma manera que no hay talento oculto, no hay talento inerte. El talento incluye su propio proyecto de mejora, de actualización de progreso, de aumento de posibilidades. Oí de decir a un gran pianista: “Si dejo un día de practicar, lo noto yo. Si dejo dos días, lo notan los expertos. Si dejo de hacerlo una semana, lo nota todo el mundo”. Esto, como veremos a lo largo del Handbook, sirve para los individuos y para las empresas. El talento hay que desarrollarlo o se pierde. No hay talento estancado.

Con esto, el talento no hace más que seguir el dinamismo de la inteligencia humana. Lo que he denominado “el bucle prodigioso” (1). Es la esencia de la inteligencia creadora. Lo que hacemos, nos hace. El talento ejerce feedback sobre sí mismo y adquiere nuevas posibilidades.

Resumiendo lo dicho, propongo la siguiente definición: El talento es la inteligencia que elige bien sus metas, moviliza la información, gestiona las emociones, ejerce las virtudes ejecutivas necesarias para alcanzarlas, y mantiene un proyecto de mejora continua.

 

Fuentes:
(1).- MARINA, J.A.- El bucle prodigioso, Anagrama, Barcelona, 2012