Nos adentramos en la época estival esperando hacer una pausa tras estos meses intensos, de cambios sin precedentes, tanto para la sociedad como para las organizaciones. Las empresas hemos destacado por la agilidad con la que nos hemos adaptado a los desafíos del entorno. Más que nunca, nuestros “QUÉS” y nuestro “CÓMOS” han sido referencia para dejar esa huella que nos distingue y nos hace únicos.
Nos hemos sumergido en esa “nueva normalidad”, también desconocida, y que requiere de nosotros tanto o más que la etapa de confinamiento. En esta nueva era post COVID-19, hemos de tener la humildad de abrirnos para ver los aprendizajes de estos últimos meses, y las creencias que fuimos capaces de derribar insospechadamente. Es la condición ineludible para presentarnos ante los nuevos retos, preparados y convencidos para superarlo.
Los últimos meses han supuesto un reseteo de nuestra vida, nuestro mindset, nuestros entornos laborales y también familiares. Nos hemos dado cuenta que el ser humano es más vulnerable de lo que jamás hubiéramos podido imaginar, y que precisamente esa vulnerabilidad es la que nos hace grandes y nos permite crecer y salir fortalecidos como personas y sin duda, como profesionales. Hemos pasado una etapa donde ha aflorado más humanidad que nunca, dentro y fuera de nuestros hogares y en nuestros entornos virtuales-laborales.
Esa humanidad nos ha ayudado a generar vínculos de otra manera con las personas, nos ha ayudado a comprender el valor de una conversación, de gestionar la incertidumbre propia y la de nuestros equipos, de acompañarnos en un entorno incierto. Ha sido una oportunidad para poner en valor nuestro “valor” para reconocer las propias emociones y compartirlas sin miedo, y tantas otras cosas que solemos “guardar” para no ser vistas.
Ahora sabemos que se trata de un periodo del que ha brotado la mejor y también la peor versión de todos nosotros, pero incluso con ello, o gracias a ello, nos hemos dado cuenta de todo lo que somos capaces de ser y dar, cuánto nos queda por aprender, y cuánto necesitamos hacerlo juntos.
En el nuevo ciclo en el que ahora avanzamos, lo que de nuevo nos distinguirá será nuestro liderazgo responsable y consciente, como personas y profesionales, y la manera de abanderar y liderar nuestro propósito como organización.
Hemos pasado de enfrentarnos a una crisis sanitaria, a una crisis económica, de empleo y social. En ese contexto, es ya seguro que las 5 Tendencias del Futuro del Empleo han venido para quedarse, y es crucial poner no solo al Talento, sino a la persona en el centro.
Tal y como explico en mi libro, Organizaciones Nº5, las empresas deben crear y desarrollar espacios en los que la colaboración, la agilidad, la flexibilidad, la responsabilidad, la ética y la interacción de las partes, permitan co-crear, y den más importancia a los vínculos creados y no a las jerarquías.
El COVID-19 ha sido un acelerador claro de la transformación digital y cultural de nuestras compañías. Solo constatando cómo en un tiempo récord el porcentaje de empleos que se desarrollan en remoto ó por ‘teletrabajo’ ha pasado del 7% al 35%, vemos que se ha reforzado el puente entre Talento y Tecnología. Pero también, ha aflorado especialmente la necesidad de hacer esa transformación humanista tan necesaria para asegurar que las personas quieren liberar su propósito con nosotros, en estos próximos desafíos que ya están aquí. Por eso es el momento de ser empresas que ponen a las personas en el centro, de ser empresas Human Age.