Hoy en día contemplamos con una mezcla de incredulidad y horror las atrocidades que unos seres humanos cometen contra otros. Junto a la rabia, el dolor y muchas veces la sensación de profunda impotencia, no es de sorprender que muchas personas se hagan una pregunta de base antropológica para intentar penetrar en la naturaleza profunda del hombre y entender de qué “pasta” estamos hechos. Filósofos como Arthur Schopenhauer o el mismísimo Sigmund Freud pensaban que la fuerza primordial que anidaba en el ser humano era de carácter destructivo, simple voluntad de poder y de dominio para el filósofo de Danzig, o “una turba desenfrenada, sedienta de placer y de destrucción” para el creador del psicoanálisis.
No creo que se pueda ser un líder, una líder auténticos, si no se tiene una confianza fundamental en la grandeza intrínseca que existe en el corazón humano. Es verdad que nos vamos a encontrar en la vida con personas que parecen tener como mentor al propio Maquiavelo. Personas que mentirán, manipularan, golpearán, seducirán y harán lo que haya que hacer y venderán a quien haya que vender para alcanzar un mayor poder y un mayor estatus. No digo que no las haya y que no hagan un inmenso daño a su alrededor, aunque también afirmo que si estas personas han llegado a hacer el daño que han hecho, es porque el entorno en el que han llevado a cabo sus acciones, ha sido demasiado blando y permisivo frente a conductas que son absolutamente inaceptables.
A veces cuando una persona con una posición de liderazgo no “pone en su sitio” a alguien que cree que los demás son solo piezas en su juego para alcanzar más poder, los que le rodean llegan a decir que no actúa con más contundencia porque es demasiado buena persona. Yo creo que esto no es así en absoluto. Yo no diría que hablamos en este caso de bondad, sino de blandura. Hablo de falta de agallas y de compromiso para parar la agresión sin por ello querer dañar al agresor. En el mundo del Zen y que es la fusión entre Budismo y Taoísmo, se habla del amor Yin y del amor Yang. El amor Yin es el que acoge, el que comprende, el que perdona. El amor Yang es el que habla de forma clara, directa y sin florituras. Una persona que solo muestre amor Yin, tenderá a ser blanda, mientras que una persona que solo muestre amor Yang tenderá a ser dura. Solo un equilibrio entre ambas fuerzas es la que permite como digo, parar la agresión, sin querer vengarse del agresor. Esto es lo que se conoce como asertividad. Decía Confucio hace ya dos mil quinientos años: “más vale encender un candil que maldecir la oscuridad”. Creo que es esencial que recuperemos la confianza en el ser humano y en su grandeza intrínseca. Al fin y al cabo, cómo nos comportemos unos con otros y que lo hagamos de una manera ética, es al fin y al cabo una cuestión antropológica.
Si a la pregunta ¿quién es el Hombre?, respondemos con que el hombre es un ser de naturaleza perversa, entonces para qué vamos a querer honestamente vivir de una manera ética. Será entonces el estado, el “Leviatán” del filósofo Hobbes que creía tanto en la naturaleza violenta del ser humano, el que nos tendrá que frenar. Uno hará lo que pueda para hacer lo que quiera cuando sepa que dicho estado o no le vigila o no le ve. A esto no le podemos llamar un comportamiento ético auténtico, sino una ética claramente forzada por el temor a las consecuencias y no por el deseo de vivir de una manera más humana.
Hoy me gustaría hablar de alguien que siempre fue fiel al valor de la persona, un gran científico norteamericano, uno de los padres de la psicología humanista y al-guien que nos ha ayudado mucho a entender dimensiones hondas del liderazgo. Hablo de Carl Rogers (1902-1987). Carl Rogers siempre tuvo una confianza fundamental en el ser humano. Suele decirse de él que más que descubrir las fuerzas de la muerte, exploró las fuerzas de la vida. En uno de sus libros sobre psicoterapia comenta lo siguiente: “cada individuo tiene dentro de sí una capacidad considerable para comprenderse, para modificar la idea que tiene de sí mismo, para modificar sus actitudes de base y para encontrar un comportamiento autónomo, siempre que se le proporcione un clima de actitudes facilitadoras”. Hablamos de un científico que confiaba en la persona y que dedicó toda su vida no hablar de por qué la naturaleza del ser humano, su esencia debía de ser temida, sino de cómo había de ser liberada para que pudiera actualizar, hacer realidad sus potencialidades inherentes. En esto Rogers se encuentra muy cerca del gran filósofo francés del XVII Blaise de Pascal cuando dijo: “El hombre no puede conformarse con la finitud que le rodea. Su conciencia necesita explorar mundos infinitos”. Cualquier líder que aspire a atraer, desarrollar y comprometer a otras personas en un proyecto común, no ha de perder nunca esta visión humanista de la persona. Solo si confiamos, nos abriremos a cooperar y solo si cooperamos seremos capaces de adaptarnos a los que hay y a lo que está por venir. Tal vez si caminamos solos lleguemos antes, pero juntos seguro que llegamos más lejos. Si como civilización queremos llegar lejos, no podemos perder esta confianza fundamental en el ser humano y en sus posibilidades.
Cuando se han utilizado técnicas de neuroimagen para rastrear lo que ocurría en lo que hoy se denomina como el “sistema de recompensa cerebral” o vía mesolímbica y que incluye a su vez dos sistemas, el del deseo para lograr algo y el del disfrute cuando eso que se desea se ha alcanzado, se ve que dicho sistema se activa mucho más cuando se busca la cooperación que cuando lo que se busca es quedarse con todas las ganancias. Si definimos la actitud como la manera en la que nos relacionamos con algo o con alguien, ¡qué mensaje tan diferente transmitimos! a través de nuestros ojos, del tono de voz, de nuestras palabras y de nuestros gestos, si creemos en una persona o por el contrario, desconfiamos profundamente de ella.