Ya he presentado el esquema básico de la inteligencia humana que, está estructurada en dos niveles. La inteligencia generadora, por procedimientos de los que no somos conscientes, asimila información, la combina, elabora, y guarda. Alguno de los productos de esa constante actividad pasan a estado consciente: recuerdo, siento, se me ocurren ideas, me obsesionan imágenes o preocupaciones, me invaden ensoñaciones. A partir de esas experiencias conscientes, la inteligencia ejecutiva puede dirigir toda esa gigantesca maquinaria hacia metas elegidas. Al hacerlo, transformamos completamente las operaciones del nivel inferior. Conviene darse cuenta de lo prodigioso de esa acción. Pondré algunos ejemplos de transformación:
- La percepción. Si abre los ojos, verá automáticamente lo que tenga delante. Pero también puede dirigir su mirada, interpretar las cosas desde su proyecto. Si pasean por la sierra un pintor, un geólogo y un constructor, tendrán delante el mismo paisaje, pero verán cosas diferentes. Todos hemos tenido la experiencia de que cuando tenemos un proyecto entre las manos captamos cosas que antes nos pasaban desapercibidas. Al ser dirigida hacia metas, realizamos una percepción ejecutivamente dirigida.
- La atención. Hay cosas que nos llaman la atención: una luz brillante, un ruido fuerte, un acontecimiento imprevisto. Esa atención automática es un recurso de supervivencia. Impide que la gacela que está bebiendo se olvide de escuchar a la pantera que se acerca a comérsela. Pero nosotros, además de esa atención automática, podemos prestar una atención voluntaria a aquello que nos interesa para la tarea que tenemos entre manos. Tenemos así una atención ejecutivamente dirigida. Los niños o adultos con déficit de atención tienen dificultad para controlarla. Están a merced de los estímulos.
- La memoria. Continuamente guardamos cosas en nuestra memoria, automáticamente. También lo hacen los animales. Pero los humanos podemos aprender lo que queramos, gestionar nuestra memoria. Aparece entonces un aprendizaje ejecutivamente dirigido.
No quiero abrumarles con más ejemplos. Bastan los anteriores para comprender que la inteligencia ejecutiva nos permite autogestionar nuestro cerebro. Y que al hacerlo introducimos nuestra inteligencia en un bucle prodigioso.
Lo que nuestra inteligencia hace influye sobre la misma inteligencia aumentándola o dañándola. Si la aumenta, está generando talento. Si la daña, está generando un fracaso de la inteligencia. Por eso, no tiene sentido decir si el talento es innato o adquirido. Es el dinamismo que amplía las capacidades innatas de la inteligencia.
Me gusta poner como ejemplo la historia del barón de Münchhausen, protagonista de una novela picaresca alemana. Un día, él y su caballo cayeron en un pantano. Se hundían sin remedio. Pero entonces, el barón tirándose de la cabellera hacia arriba consiguió salvarse, sacándose a sí mismo y a su caballo del lodo. La aventura es imposible físicamente, pero no lo es en el terreno humano. Podemos superarnos, auparnos hacia arriba, si nos marcamos una meta. Una meta funciona como una grúa. ¿Han visto como funcionan las grúas que se autoconstruyen? Van elevándose a sí mismas y después nos elevan a nosotros.
La adquisición de las funciones ejecutivas de las que hablaremos mucho aquí nos permitirá esa fantástica ampliación de nuestras posibilidades.