En el ultimo post les hablé de la energía mental y de cómo el cerebro procura ahorrarla automatizando sus operaciones. Todos los procesos mediante los que relacionamos información los incluimos dentro del amplio concepto de pensamiento. Pensar es utilizar la información para alcanzar un objetivo. Cuando el águila alza el vuelo para perseguir a un conejo, está manejando cantidades ingentes de información: sigue con al vista a su presa, ajusta el movimiento de las alas a su velocidad, calcula el ángulo de incidencia. Está pensando o, dicho en un lenguaje más abstracto, esta computando información. Nosotros estamos haciéndolo tambien continuamente, aunque sólo seamos conscientes de una parte de lo resultados de esas operaciones. Para que se den cuenta de la complejidad, basta analizar un hecho trivial. Si alguien intenta levantar una maleta grande, sin saber que está vacía, lo mas probable es que la alce con demasiada fuerza, porque automáticamente ha calculado que debía pesar mucho.
Tenemos dos formas de analizar y utilizar la información que nos llega. Una, secuencial, lineal, analítica. Pasamos de un elemento a otro, relacionamos, razonamos. Otra, en paralelo. Aplicamos a una situación diversos mecanismos de análisis simultáneamente. Así actúan los sentimientos, las corazonadas, y lo que, en términos de psicología popular, se denominan “intuiciones”. Hay una “mitología de la intuición” que la define como la posibilidad de tomar buenas decisiones con poca información. Esto es una leyenda urbana o, al menos, una leyenda de divulgadores poco informados. En sentido estricto, la intuición es la capacidad de aplicar muchos sistemas de análisis a un mismo objeto. Piensen, por ejemplo, en el “ojo clínico” de un médico. ¿Creen que diagnostica con menos información que otro médico menos perspicaz? No. Lo que ocurre es que ve al enfermo aprovechando activamente sus conocimientos. Lo mismo ocurre con alguien que tiene “buen olfato para los negocios”, es decir, que descubre posibilidades donde otros no ven nada.
La rapidez con que los sistemas en paralelo funcionan han creado en torno a ellos un aura de eficacia casi mágica. Se habla de que hay que tomar decisiones basándose en la intuición, la emoción, el hemisferio derecho, en fin, en modos de pensar en paralelo. Es cierto que cuando se manejan más de cuatro variables al tiempo, el pensamiento lineal es muy lento. Pero también es cierto que no siempre el pensamiento en paralelo es de fiar. Por eso, uno de los retos educativos más complejos es “educar bien la intuición”, y no sólo el pensamiento secuencial y lógico.
Sabemos que eso puede conseguirse con un entrenamiento adecuado. Los primeros estudios serios se comenzaron a hacer utilizando el ajedrez, que es una tarea de enorme complejidad, pero con parámetros que se pueden controlar bien. La primera vez que Kasparov, campeón mundial de ajedrez, se enfrentó a Deep Blue, un potente programa de IBM, ganó el cerebro humano. Cuando preguntaron a Kasparov si había sido difícil respondió que no, porque “la máquina no tiene sentido del peligro”. Con esta extraña frase se estaba refiriendo a un aspecto importante del entrenamiento de los grandes maestro rusos, dirigido a conseguir que con un golpe de vista –intuitivamente- descubrieran el punto débil del tablero. Hecha esta selección podían dedicar su tiempo a analizar secuencialmente –lentamente- esa zona. Una pedagogía de la intuición parece imprescindible para formar a todas aquellas personas que tienen que tomar decisiones rápidas: políticos, estrategas, empresarios, cirujanos, etc. Por eso es importante seguir investigando sobre este aspecto de la educación del talento.