Gestionar la memoria que aprende

Como os decía en el post anterior, la gestión de la propia memoria es el único camino para desarrollar el talento. Esto es posible porque la memoria no es un mero almacén de información, sino un repertorio de procedimientos, destrezas, herramientas mentales. Cuando nos preguntamos de dónde vienen las buenas ideas, tenemos que responder “de la memoria en acción”.

Piensen en un ordenador. Acaban de hacer una búsqueda en Google y les ha dado una respuesta. Es un ejemplo de aplicación de procedimientos a sus bancos de datos, es también “memoria en acción”. Los hechos están claros: lo que no es biología, es memoria. El gran recurso de nuestro cerebro para aumentar sus competencias es la plasticidad, es decir, la capacidad de irse construyendo a sí mismo mediante el aprendizaje.

Tal vez piensen que esto no sirve para explicar la creatividad. Si crear es hacer que aparezca lo nuevo, no puedo buscar su origen en la memoria, que es la facultad de lo pasado, de lo viejo. Debemos librarnos de esta idea que acaba por convertir la creatividad en un don misterioso e inexplicable. Crear es resolver eficientemente un problema nuevo, o resolver de una manera nueva un problema antiguo. En ambos casos, se trata de resolver un problema.

¿Cómo nos enfrentamos a un problema? La respuesta parece clara: pensando. Cuando preguntaron al gran Newton como conseguía sus descubrimientos científicos, respondió: Nocte dieque incubando. “Pensando en ellos noche y día”. Llamamos pensar al proceso que nos permite utilizar la información que poseemos para conseguir un objetivo, empleando una serie de procedimientos mentales. Pues bien, tanto los procedimientos, como la información están en nuestra memoria o los conseguimos utilizando la memoria. Si busco datos en Internet, es mi memoria quienes los comprende y utiliza.

Cuando buscamos la solución a un problema, lo primero que hacemos es comprobar si sirve alguna de las soluciones de que disponemos. Si no vale ninguna, intentamos reformular el problema para ver si así resulta más abordable. Durante mucho tiempo, los médicos sabían que las radiaciones necesarias para tratar un tumor dañaban los tejidos por donde pasaban, lo que planteaba un serio problema. ¿Cómo podían eliminar tan peligroso efecto colateral? No se podía reducir la radiación porque entonces no destruía el tumor. A alguien se le ocurrió plantear el problema de otra manera. Un rio está atravesado por varios puentes muy frágiles, y tengo que pasar un mercancía cuyo peso excede la resistencia de cualquiera de ellos. ¿Cómo podría transportarla a la otra orilla? Dividiendo la carga, transportando cada fracción por un puente distinto, y volviéndolas a reunir una vez pasado el rio. ¿Cómo podríamos hacer que una multitud llegara a una plaza sin aglomeraciones? Yendo hacia ella por diferentes calles. Eso solucionaba el problema de la radiación. Se podrían enviar radiaciones a un punto por diversos caminos, de manera que sólo alcanzaran la intensidad destructiva cuando se concentrasen en el tumor. En este caso, el pensamiento ha aplicado a un problema, una solución ya utilizada en otro diferente.

Ciertamente, esto exige una gestión activa de la memoria frente a una gestión inerte. Esta es siempre una tentación, porque la gestión activa gasta más energía mental y podemos cansarnos. Pero también para esto tiene solución nuestro cerebro. Si convertimos la creatividad en un hábito, es decir, si automatizamos sus procesos, deja de consumir energía. Crear es un hábito. Por eso puede aprenderse. De nuevo, recalamos en la memoria.

El primer paso en la gestión de la propia memoria, es diseñar su construcción. Esta es la tarea de la inteligencia ejecutiva. Convierte la posibilidad en un objetivo. Si nuestra meta es tener buenas ideas políticas, tendremos que construirnos una memoria de político. Si queremos ser innovadores, tendremos que construirnos una memoria innovadora. Las operaciones mentales son las mismas, pero aplicadas sobre distintos materiales, y dirigidas a diferentes metas. El lenguaje es una herramienta universal que nos permite diferentes usos (científicos, cómicos, poéticos, lógicos, económicos, etc.). Pero para poder hablar sobre el Big Bang no basta con saber hablar, hay que saber lo suficiente sobre el Big Bang.

Ahora ya sabemos que para adquirir la memoria de la que emerge el talento necesitamos unas diez mil horas de entrenamiento. Por eso conviene comenzar cuanto antes. Primero, desarrollando las capacidades básicas de la inteligencia, luego ayudando a los adolescentes a que decidan sus metas, y, por último, colaborando con jóvenes y adultos para adquirir los conocimientos ypara que perfeccionen las destrezas necesarias. A eso van dirigidos los programas educativos en los que mi equipo y yo trabajamos. Ya los aplicamos en sus primeras etapas a través de la Universidad de Padres , y ahora pretendemos, con este Handbook, ponerlos a disposición de profesionales de todas los campos. El talento no se adquiere de una vez por todas. Es como un surtidor, que no puede mantenerse quieto.