Hablemos de energía

La generación de talento implica la autogestión del propio cerebro, una de cuyas manifestaciones es la construcción de la propia memoria (lo que llamamos “aprendizaje”) y su adecuado uso. Nuestro cerebro aprende sin parar, espontáneamente, pero, además, podemos dirigir ese aprendizaje. Esta es una exclusiva humana. Al contrario que el aprendizaje espontáneo, que es automático y no exige esfuerzo, el aprendizaje dirigido puede ser costoso, porque para ser eficaz debe ser activo, y esto supone un gasto de energía mental.

Durante mucho tiempo, se ha hablado de “energía mental” de modo más mítico que científico, pero ahora sabemos que es un fenómeno real. Las investigaciones sobre este tema se han disparado en los últimos años. El cerebro es un gigantesco consumidor de energía –a pesar de pesar menos de kilo y medio, consume el 20% de toda la energía que consume el organismo-, y sabemos que hay actividades mentales que exigen mucha energía y por eso resultan cansadas. En el mundo laboral esto se ha tenido siempre muy en cuenta. No es igual la actividad mental de un controlador aéreo que la de un albañil. Los factores que influyen en la carga de trabajo mental según los criterios internacionales, son:

(1).-Número de operaciones mentales, entendidas como acciones no automatizadas en las que el trabajador elige conscientemente la respuesta.

(2).- Nivel de atención, referido a tareas no automatizadas, tiene en cuenta la duración de la atención, la precisión del trabajo y las incidencias (trabajo en cadena, ambiente, duración del ciclo). Hay, pues, dos parámetros importantes: el número de operaciones que exigen tomar decisiones, y el nivel de atención exigido.

Hemos identificado tres tipos de energía mental, y una de las funciones del talento es aprender a gestionarlas, para lo que se sirve de las funciones ejecutivas de las que ya les he hablado:

1.- Energía biológica. La inteligencia ejecutiva puede fijarse la meta de aumentar la energía física del cerebro, que tiene unos condicionantes físicos, que el sujeto puede conocer. Hay una higiene cerebral. La buena alimentación, la buena hidratación, el sueño y el ejercicio físico son buenos cuidadores del cerebro. Hay sustancias químicas estimulante del cerebro –a veces llamados “potenciadores cerebrales”- como la cafeína o las anfetaminas, pero que deben ser utilizados con gran prudencia por sus contraindicaciones. Ponen al cerebro en situación de estrés inducido, y eliminan la sensación de cansancio, pero todo esto lo hacen bloqueando otras funciones. Como la glucosa es el combustible del cerebro –que es muy exquisito- se supone que el consumo de glucosa aumenta la energía mental.

2.- Energía psicobiológica. La energía no procede sólo de la biología. La motivación, los deseos, la pasión es también una fuente de energía. Una persona en buen estado físico puede sentirse “desanimado”. Hay varias funciones ejecutivas que ayudan a gestionar la energía: la reguladora de la motivación y de las emociones, la atención, la perseverancia.

3.- Energía personal.- La educación fomenta personalidades “activas” o “pasivas”, “enérgicas” o “perezosas”. Es ahí donde todas las funciones ejecutivas se integran, colaboran entre sí. La energía personal soporta las dificultades, se enfrenta a los problemas, se entrena para superarse, establece criterios morales que compensan las caídas de la motivación. Ha adquirido los hábitos que dirigen la acción. Ha adquirido una actitud proactiva, y tambien un “yo ideal” al que aspirar.

No hay talentos pasivos o inertes, de la misma manera que no hay creadores perezosos. La capacidad de mantener la mente activada es esencial para la inteligencia en acción. Por eso, seguiremos hablando de ello.


Blibliografia
Kahneman, D. Atencion y esfuerzo, Biblioteca Nueva, Madrid,1997
Kahneman, D.- Pensar lento, pensar deprisa. Debolsillo, Barcelona, 2013.
Baumeister, y Vohs, Handbook of Self-Regulation. Guilford Press, New York, 2004.
Boekaerts, M. Et alt. (eds) Handbook of Self-Regulation, Academic Press, San Diego (CAL), 2005.