Cuento con frecuencia la historia de los canteros. Mientras se construía una catedral, un paseante curioso llega al tajo donde estaban trabajando los canteros. Se acerca a uno y le pregunta: ¿Y usted qué está haciendo? El cantero, que no debía de tener un buen día, le contesta airado: “Aquí, lidiando con esta maldita piedra, con el polvo, el calor, el cabrón del capataz, el sol que no se pone nunca. Esto es un asco”. Pasa al segundo cantero, que está haciendo lo mismo, y le formula la misma pregunta: ¿Usted que está haciendo? “Lo que me han mandado: que talle esta roca para hacer un muro”. Pasa al tercer cantero, y, otra vez, la misma pregunta: ¿qué está usted haciendo? Pero la respuesta es distinta: “¡Estoy construyendo una catedral!”, responde el cantero entusiasmado.
Creo que los que formamos parte de Human Age Institute debemos reconocernos en el tercer cantero. Ser conscientes de nuestras limitaciones, pero tener la convicción de que colaboramos en un gran proyecto. ¿Por qué me parece importante? Human Age Institute pretende fomentar en España la cultura del talento, que es una cultura de la excelencia en todos los niveles. Como ha señalado Juan Carlos Cubeiro, hemos entrado en la era del “talentismo”. El talento se ha convertido en la principal riqueza de los individuos y de las naciones. En una economía basada en el conocimiento, en que lo importante no son las materias primas sino el valor añadido, que depende en gran parte de la tecnología, el talento se convierte en la mayor fuente de progreso.
Sin embargo, desde hace años, esta apelación al talento se hace en un contexto alarmista. Preocupa su escasez. Sólo tienen que consultar Google para encontrar millones de entradas bajo el título “talent scarcity” o “talent shortage”. En 1997, McKinsey lanzó la expresión “la guerra por el talento”. Desde entonces, el problema no ha hecho más que agravarse. ManpowerGroup publica todos los años un informe sobre el tema. Y las previsiones negativas se multiplican. Según el McKinsey Global Institute Report, en el año 2018 Estados Unidos tendrá un déficit entre 140.000 y 190.000 especialistas en análisis de datos complejos, y un millón y medio de directivos con conocimientos de análisis de big data para tomar decisiones efectivas. Es sólo un botón de muestra.
Estos informes equiparan “talento” a capacitación para tareas de alta complejidad, en especial tecnológicas y científicas, lo que, en mi opinión, empequeñece la gravedad del problema, porque la necesidad de talento no se reduce a ese campo. Thomas Homer-Dixon, Director del Waterloo Institute for Complexity and Innovation, de la Universidad de Ontario, se pregunta en su libro El vacío del ingenio si tendremos el talento suficiente para resolver los problemas del futuro, problemas que van más allá de la tecnología. Si observamos el mundo actual, podemos separar los problemas que tienen solución tecnológica de los que no la tienen. Consideremos los enfrentamientos bélicos, la aparición del Estado Islámico, el aumento de las desigualdades, la escasez de puestos de trabajo. Recientemente, en un Congreso sobre la energía escuché a un especialista alertar sobre la posibilidad de que aumentasen las clases medias en el mundo, porque no podríamos asumir su mayor consumo. Son todos ellos asuntos de gran complejidad que, por lo tanto, necesitan para resolverse una gran cantidad de talento. Por ejemplo, en muchos países hay frecuentes quejas sobre la escasez de talento político. Sin embargo, es un tema muy poco tratado.
Lo que me atrae de Human Age Institute es que se interesa por la “holística del talento”, es decir, por todo tipo de talento. También por el talento social, político, ético. Esto es, a mi juicio, lo que da grandeza al proyecto. Y también que no cae en una concepción comercial del talento. Recientemente la Harvard Business Review publicó un artículo afirmando que la economía del talento estaba sobreevaluada. Al considerársele un bien escaso, se puja por él hasta unos niveles que resultan lesivos para las empresas. Pero el talento no es un bien limitado, como pueden ser las materias primas. Por eso, creo que tiene razón Lyz Ryan, que en un artículo publicado en Forbes, decía que si los empleadores estaban tan preocupados por la escasez de talento, deberían implicarse más en los sistemas educativos, que son los grandes generadores de talento. Esto es válido a todos los niveles y, por eso, no sólo los empleadores, sino la sociedad entera, debería implicarse más en los sistemas educativos si quiere producir el suficiente talento para resolver sus problemas. Me siento muy honrado por el hecho de que Human Age Institute me haya encargado de explorar las relaciones entre educación y talento. A mí no me cabe ninguna duda: la educación es generadora de talento y, por eso, a ella debemos volvernos si queremos resolver nuestros problemas.