“Pueden, porque creen que pueden” Virgilio
¿Somos conscientes de la importancia que tienen nuestros pensamientos a la hora de crear nuestra realidad? Y, concretamente, ¿somos conscientes de la fuerza que tienen nuestras creencias, es decir, lo que creemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida a la hora de condicionarnos en nuestra cotidianidad? Porque, en realidad, somos, en buena parte, lo que creemos que somos. Desde nuestra subjetividad nos construimos como sujetos y nos relacionamos con los demás y con el mundo. Y al relacionarnos, vamos construyendo una interpretación de éste, que acaba siendo lo que llamamos nuestro mundo, y de la vida, que acaba siendo nuestra vida. Nuestro sistema de creencias inconscientes, nos guste o no, modela nuestra realidad subjetiva (actitudes, pensamientos, emociones, autoestima y proyecciones) y, en consecuencia, nuestra respuesta al entorno.
Del mismo modo que nuestras creencias pueden actuar como freno para nuestra realización, también es cierto que, además, en la dimensión contraria, pueden hacer las veces de trampolines o de alas. Porque somos nosotros quienes a partir de nuestras actitudes y creencias construimos nuestras realidades. Es decir: lo que creemos es lo que creamos. Es más, por lo general, no sabemos de lo que somos capaces hasta que lo intentamos, pero para intentarlo debemos partir de la confianza mínima para dar el primer paso; debemos tener fe en que podemos crear nuestro anhelo. Sin ello no hay la mínima intención necesaria que precede a toda creación. Para crear, a cualquier nivel, es necesario que se dé una primera condición fundamental: creer que podemos. Y aunque ésta es una condición a menudo necesaria, no es suficiente.
Nuestras creencias sobre nosotros mismos y las que ponemos sobre la realidad establecen un diálogo permanente que acaba actuando como el software de un programa que opera las veinticuatro horas del día. Dicha conversación inconsciente es la clave de la transformación humana y social. Porque la creencia está en el origen del vínculo, de la confianza. Veámoslo en un ejemplo: si un niño recibe de sus padres y escuela la formación y educación necesarias que le permiten construir un sistema de creencias sano, objetivo y equilibrado, tendrá la fuerza interior suficiente, construida en una mezcla óptima de ternura y límites necesarios, que le permitirá gozar de confianza en sí (autoestima) para creer que puede tirar adelante, arriesgarse, aprender de sus errores, responsabilizarse, rectificar, mejorar continuamente, en definitiva, crecer e ir conquistando parcelas de la realidad y de la vida. Este proceso es el que hace que los seres humanos devengan buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos.
Como indica la palabra, las creencias se construyen desde el creer, y a su vez, el creer se construye desde la confianza. Si creemos en algo o alguien es porque confiamos en ese algo o alguien. Luego, el diálogo con la realidad, el ensayo y error, el esfuerzo y aprendizaje, la recompensa que supone el logro, la realización y el placer de crear y transformar nacen de la confianza en uno mismo, en el otro y en la vida. Creer es confiar, y confiar es crear. Sin confianza no declararíamos nuestro amor, no traeríamos hijos al mundo, no invertiríamos para mejorar, no nos arriesgaríamos, no innovaríamos. Sin confianza no merecería la pena vivir. Sin confianza no hay encuentro verdadero, motor de transformación de la realidad. Sin confianza no podemos amar y no podemos sabernos amados. En realidad el desamor, no es más que la ruptura de una confianza en el otro. Confiar y vivir en pos de una plenitud van de la mano. Confiar y crear, son uno. Crear y vivir son identidad cuando van unidos de la mano de la confianza.
Confiar, creer, amar, crear, lograr, son los cinco verbos que transforman el mundo. Quien confía, cree, quien cree, ama, quien ama, crea, quien crea amando y confiando, logra. En consecuencia, el aforismo que reza “tanto si crees que puedes, como si crees que no, estás en lo cierto”, es de puro sentido común. Si uno cree en su fuero interno que no lo logrará, no dará el paso necesario, y si lo da, la inseguridad actuará como elemento que tenderá a boicotear la iniciativa. En el extremo contrario, quien se prepara, se forma, aprende, entrena con tesón, ensaya con alegría y esfuerzo, disfruta del proceso, le encuentra un sentido, incorpora los errores como activos de su experiencia, abandona el victimismo en pos de la responsabilidad, va construyendo una personalidad y una dialéctica con el mundo que le permiten avanzar y lograr en el camino de la vida, porque va esculpiendo una confianza en sus propias capacidades para conducirse y gestionar la existencia. Por todo ello, sin duda, hace mucho más el que quiere que el que puede.
Para crear, insisto, es necesario creer que podemos. Pero no entendamos esta creencia como un acto de fe ciega e inconsciente, sino todo lo contrario: es la consecuencia del triunfo de la voluntad y del activo de la experiencia.