Errar y mentir son cosas bien distintas. Es evidente. Pero van de la mano siempre que la mentira surge para enmascarar, manipular o negar un error.Ahí esta el vínculo.
Cuando alguien se equivoca en un proceso manual o mental, o por falta de criterio, preparación, experiencia o habilidad, ese error es perdonable si se muestra abiertamente por qué se ha producido.
Es más, cuanto antes se reconozca un error, más se puede aprender de él, y se mejora inmediatamente. Luego el reconocimiento abierto y transparente de un error supone en muchos casos una inflexión rápida hacia la mejora. Por ello uno de los mejores métodos de aprendizaje que existe es el llamado “ensayo y error”. Al reconocer que nos equivocamos porque estamos en proceso de desarrollar conocimientos y habilidades, ensayando con humildad y con vocación de mejora, crecemos, aprehendemos e integramos de verdad. Y si hace falta la disculpa o el perdón por el error cometido, estos surgen naturalmente entre las gentes de bien.
Pero la cosa se complica cuando se trata de ocultar, enmascarar o de negar el error, de reconocer la incompetencia. Entonces aparece la mentira. Y con la mentira, el error deviene manipulación. Porque la mentira es un error sí, pero un error emocional que abre la puerta a las falsas excusas, a las ocultaciones, a las tergiversaciones, a las acusaciones, al orgullo, a la vanidad y a tantas otras perversiones del carácter. Y ese tipo de error (la mentira y sus derivadas) no se perdona tan fácilmente. Por ello, quien lo comete pero no se atreve a reconocerlo, lo oculta. Y puede darse el caso de que se construyan castillos de mentiras una sobre otra, que acaben produciendo grandes crisis.
Hoy en día y especialmente en nuestro entorno, el hecho esencialmente humano de asumir una responsabilidad en público y pedir perdón por un error y las mentiras que lo ocultaba resulta, por desgracia, casi inconcebible. Hasta tal punto de perversión hemos llegado.
El error no acostumbra a ser el problema esencial. El problema es la mentira.
Por ello es tan necesaria la educación emocional, social y psicológica de nuestros hijos, ya que las tres son palancas esenciales para el impulso del talento y la comunicación. Para que el día de mañana, en el ejercicio de sus responsabilidades, cuando se equivoquen, que lo harán, como lo hacemos todos, por lo menos no mientan.
La solución a un error es su reconocimiento: “me he equivocado”. Pero la solución a una mentira no implica solo su reconocimiento, sino un verdadero arrepentimiento: “lo siento” unido a una promesa, a un compromiso: “no volverá a suceder”; y a una realidad, es decir, que se cumpla la promesa de que se hará todo lo posible en el futuro para que no se repita ni lo uno ni lo otro.
Quien ama reconoce el error y no miente. Por eso es necesaria la ley. Para los que no aman.
Ojalá lleguemos a un día en que, gracias a la cultura, no sean necesarias las leyes, porque nuestros hijos sepan amar lo que nosotros no hemos sabido.
Esa es la verdadera utopía.