La vida es móvil…y el talento más.

Es algo fascinante: como bien sabes, tenemos la sensación de estar “con los pies en la tierra”, de que todo es estable a nuestro alrededor, y sin embargo nuestro planeta se mueve a toda velocidad, y no en un solo movimiento, sino en cinco nada menos: rotación (la Tierra moviéndose sobre sí misma, de oeste a este, a lo largo de un eje imaginario, el eje terrestre), traslación (alrededor del Sol, en una trayectoria elíptica de 930 millones de kilómetros), precesión de los equinoccios (el cambio lento y gradual del eje, entre 23 y 27 grados, en función de los movimientos telúricos), nutación (oscilación periódica del polo de la Tierra, como una peonza) y bamboleo de Chandler (pequeña oscilación del eje de rotación, debida a causas desconocidas hasta ahora). Frente a nuestra aparente estabilidad, todo un conjuntos de movimientos combinados. Vivimos en un movimiento tan constante como imperceptible.

Lo mismo ocurre con el talento. Carol Dweck (1946), profesora de psicología de la Universidad de Stanford y autora del libro ‘Mindset: The New Psychology of Success’ (traducido al castellano por ‘La actitud del éxito’) señala que uno de los grandes peligros de la gestión del talento es considerar al mismo como algo fijo y no como algo variable. “Esta persona vale muchísimo” (o “Esta persona no vale nada”), suelen decir desde los ciudadanos de a pie hasta los especialistas en selección de directivos. Cuando a mi buen amigo Christian Gálvez, uno de los mejores presentadores de la televisión, le gritan por la calle “¡Tú sí que vales!” en referencia a uno de sus éxitos en la pequeña pantalla, este experto en Leonardo da Vinci responde: “No, yo voy valiendo”. Mentalidad fija o mentalidad de superación.

En la mentalidad fija, tan común, el talento está formado por rasgos que “se tienen o no se tienen”. Para la Dra. Dweck, la Felicidad es esencialmente mantener la curiosidad. En el foro ‘La Felicidad y sus causas’ de 2013 (www.youtube.com/watch?v=QGvR_0mNpWM) Carol resumía sus aportaciones. El talento solo tiene sentido si hay motivación para seguir aprendiendo.

La creencia predominante en el capitalismo estaba ligada a la predestinación: el talento como un conjunto de dones otorgados por Dios. Martín Lutero (1483-1546) fijó la doctrina de la predestinación, por la que Dios había elegido a “algunos hombres buenos” a los que había concedido la vida eterna y al resto, pecadores, que quedarán bajo el poder de Satanás. Todo ser humano debe buscar en su vida el designio divino sin que nadie pueda ayudarlo. Así, deberá destacar en su laboriosidad y abnegación. La nueva ética capitalista fue diseminada por calvinistas, pietistas, metodistas y bautistas, como puso de manifiesto Max Weber en su libro ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’ (1905). Los humanistas del Renacimiento, con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro a la cabeza, combatieron intelectualmente ese peligro para la humanidad que significaba eliminar el libre albedrío. La ciencia les ha dado la razón; si por algo se define el cerebro humano es por su plasticidad.

Pero volvamos a Carol Dweck y sus investigaciones. Imagina que tienes una hija de 15 años, excelente nadadora (una futura Mireia Belmonte, pongamos por caso). En la piscina es una crack, y sin embargo en matemáticas obtiene calificaciones muy modestas. Si pudiéramos pagar un profesor particular, ¿en qué se lo pondríamos? El 80% de los padres, en matemáticas, obviamente. Y sin embargo, nuestra hija no será nunca una gran matemática (no le gusta demasiado) y puede llegar a ser una gran nadadora. El gran Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) nos animaba a ser constructores de nuestro propio cerebro.

Sí, el talento se cultiva, y suele hacerse (en la empresa como en el deporte) a través del Coaching, del proceso de acompañamiento mediante el cual l@s pupil@s asumen sus fortalezas y se proponen aprovechar sus oportunidades de mejora. Debemos alegrarnos de que el término “coach” ya está en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (23ª edición, octubre de 2014).

El talento es móvil. Con nuestro talento viajamos como si fuéramos a bordo del maglev, desde el aeropuerto de Pudong al centro de Shanghai a 430 kilómetros por hora con la sensación de que no nos movemos. La vida se abre ante nosotr@s. O disfrutamos de la curiosidad, de la observación, de la reflexión, del aprendizaje (el despertar de la consciencia), recubriendo con mielina nuestras conexiones neuronales, o “podamos” las sinapsis por falta de uso. Es una decisión propia, personal, cotidiana: la de invertir (tiempo y esfuerzo) en desarrollar nuestro talento, o despreciarlo por falta de interés.

Tú, que estás leyendo esta entrada, ya has hecho tu elección. ¡Enhorabuena!