Hace unos días, en una reunión de su comité de dirección con el talento clave de su compañía, un Director General me preguntó qué era lo último en selección. La pregunta me recordó esa historia de un profesor de una prestigiosa escuela de negocios, próximo a la jubilación, a quien un brillante y joven consultor le preguntó qué era lo último en estrategia. El profesor se tomó su tiempo, reflexionó profundamente y contestó: “Joven, lo último en estrategia es… implantarla.
Me temo que con la selección pasa algo similar. Lo último en selección de talento es tomársela muy en serio, porque si el profesional que se incorpora a la organización no es adecuado a perfil de talento (en términos de capacidad, de compromiso y de encaje cultural con la empresa), será muy difícil desarrollarle como la compañía necesita. En una era en la que el talento es más escaso que el capital, detectar el talento es absolutamente clave.
La gestión por competencias, creada por David McClelland (1917-1998), perfeccionada por Lyle Spencer y con avances de Richard Boyatzis y Annie McKee, sigue siendo cuatro décadas después el mejor modo de seleccionar talento. Se requiere un perfil detallado (con competencias bien definidas y detalladas en conductas observables) y dominar la “entrevista de incidentes críticos” (traducción del “behavioral events interview”). Las competencias son el lenguaje del talento, al menos en lo que a la capacidad se refiere. Y lo deben conocer bien no solo los especialistas en selección o la dirección de recursos humanos, sino el comité de dirección. ¿Cómo si no promover equitativamente o tratar en profundidad la gestión del desempeño, por no hablar del liderazgo, que es un tipo muy especial de talento?
Para que haya muchas opciones de selección, la empresa ha de ser atractiva, algo que no es nada fácil. El desarrollo de una “marca de empleador” (employer branding) requiere de la utilización de técnicas avanzadas de marketing y del manejo de las redes sociales, por supuesto. Sin embargo, ha de partir de un asunto nuclear: los valores de la empresa. Porque lo que hace atractiva la empresa para determinados candidatos, el auténtico “imán de talento”, son los valores. No los valores enunciados, muy similares en casi todas las webs corporativas, sino los valores vividos, los que reflejan la realidad del día a día.
Vividos, ¿cómo? Vividos con pasión. Como ha demostrado nuestra mentora de eLeadership del Human Age Institute, Silvia Leal. La pasión es lo que marca la diferencia, porque aporta un plus de rendimiento de un 35% (¿te imaginas un proceso de selección en el que el candidato parte con solo el 65%). Y es escasa, porque se calcula que apenas el 15% vive con pasión. Un regalo de los dioses.
Si no la has visto, te recomiendo la película argentina ‘El secreto de sus ojos’ (2009) dirigida por Juan José Campanella e interpretada por Ricardo Darín y Soledad Villamil. En un momento clave de la cinta, Sandoval (interpretado por el gran Guillermo Francella) le dice a Benjamín Espósito (Darín): “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios… pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión.”
Efectivamente, no podemos cambiar de pasión. En su poema ‘Yo voy soñando caminos’, D. Antonio Machado escribe: “En el corazón tenía/ la espina de una pasión./ Logré arrancármela un día:/ ya no siento el corazón”.
Por ello, hemos de atraer a quienes comparten nuestras pasiones para que formemos juntos la comunidad de talento como organización. Personas entusiastas, personas apasionadas. La tecnología nos permite hoy acercarnos a quienes disfrutan/sufren/evidencian determinadas pasiones.
La pasión te compromete. El profesor Robert Vaillant, de la Universidad de Québec, que estuvo en el V Congreso de la Felicidad en el Trabajo de A Coruña, distingue entre pasión armoniosa y pasión obsesiva. La pasión obsesiva te domina y suele acarrear consecuencias negativas. A la pasión armoniosa tú la controlas y es la causa de mucha felicidad. Sí, la pasión merece un enfoque dualista.
Encuentra tu pasión, libérala adecuadamente y, si es posible, en la compañía adecuada.